El Papa regresa al Vaticano tras 5 semanas hospitalizado, pero esta es su lamentable situación

El domingo 23 de marzo de 2025, el Papa Francisco volvió al Vaticano tras más de cinco semanas luchando contra una neumonía bilateral que puso en jaque su vida.

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Un regreso esperado, pero no sin sombras: el pontífice de 88 años, visiblemente frágil, llegó en un Fiat 500 blanco con una cánula de oxígeno aún en sus fosas nasales, un recordatorio de que su salud sigue pendiendo de un hilo. Antes de dejar el hospital Gemelli en Roma, saludó desde un balcón a una multitud que lo aclamaba, levantando el pulgar en un gesto optimista que contrastaba con la realidad de su estado.

¿Qué significa este retorno? ¿Está realmente fuera de peligro? A continuación, te contamos los detalles de su odisea médica, por qué su situación sigue siendo preocupante y qué le espera en los próximos meses.

Una batalla de cinco semanas contra la muerte

El calvario del Papa comenzó el 14 de febrero de 2025, cuando ingresó al hospital Gemelli por lo que inicialmente se diagnosticó como bronquitis. Todo cambió rápido: lo que parecía una infección manejable se transformó en una neumonía bilateral grave, una inflamación en ambos pulmones que lo llevó a enfrentar dos crisis respiratorias críticas.

Durante 38 días, el mundo católico contuvo el aliento mientras el Vaticano emitía reportes diarios que oscilaban entre la esperanza y la cautela. Su vida peligró: en un momento, requirió ventilación mecánica no invasiva tras inhalar vómito durante un espasmo bronquial, un episodio que marcó el punto más bajo de su hospitalización.

Un historial médico que complica todo

Francisco no es un desconocido en las salas de hospital. A los 21 años, una infección le costó parte de un pulmón, dejándolo con una capacidad respiratoria limitada que lo hace vulnerable a sus 88 años.

La edad pesa: sumada a bronquiectasias y bronquitis asmática crónica, esta neumonía fue un golpe brutal para un cuerpo ya frágil. Los médicos recurrieron a terapias agresivas —antibióticos, cortisona, oxígeno de alto flujo— para estabilizarlo, pero cada avance venía con la advertencia de que el camino a la recuperación sería largo y delicado.

El regreso: un alivio a medias

El sábado 22 de marzo, el Vaticano anunció que Francisco sería dado de alta, y el domingo, tras su primera aparición pública en seis semanas, abandonó el Gemelli. Desde un balcón, sonrió, bendijo a los fieles y dijo un sencillo “gracias a todos”, palabras que resonaron entre la multitud que lo esperaba con velas y oraciones.

Fue un momento de alivio, pero no de victoria total. Aún depende del oxígeno: la cánula nasal que lleva no es un adorno, sino una necesidad para respirar sin esfuerzo, y su voz, afectada por el daño a los músculos respiratorios, sigue siendo débil. Los médicos advierten que, aunque está fuera de peligro inminente, su condición no es para celebraciones apresuradas.

Una mejora gradual, pero insuficiente

Los partes médicos de las últimas semanas mostraron un progreso lento pero constante. Para el 10 de marzo, el pronóstico “reservado” se levantó tras una buena respuesta a las terapias, y el 19 de marzo, dejó la ventilación mecánica nocturna.

Sin embargo, la neumonía no está vencida: sigue “bajo control”, pero no eliminada, y su sistema respiratorio necesita apoyo continuo. Esta fragilidad lo acompañó en su regreso al Vaticano, donde llegó en el asiento delantero de un auto modesto, un símbolo de su humildad que no oculta su vulnerabilidad.

La lamentable situación que enfrenta ahora

El Papa está de vuelta en la residencia de Santa Marta, pero no es el mismo: los médicos han ordenado una convalecencia de al menos dos meses, un período de reposo estricto con terapias farmacológicas orales para evitar recaídas. Esto significa que el líder de 1,300 millones de católicos no retomará su agenda habitual pronto.

Sin actos públicos: las audiencias masivas, las bendiciones en la Plaza de San Pedro y los viajes planeados quedan en pausa, dejando a la Iglesia en un estado de incertidumbre. Su voz, esencial para sus mensajes, tardará en recuperarse, y su movilidad, ya limitada por problemas previos en la rodilla, sigue dependiendo de una silla de ruedas.

Un cuerpo que grita descanso

A sus 88 años, Francisco enfrenta más que una neumonía superada. La fragilidad es evidente: cada paso, cada palabra, cada gesto lleva el peso de un cuerpo que ha resistido más de lo que muchos podrían. Los médicos del Gemelli han sido claros: este no es un alta normal, sino una “alta protegida”, una advertencia de que cualquier esfuerzo excesivo podría devolverlo a la cama del hospital. Esta situación no solo limita su rol como pastor, sino que reaviva preguntas sobre cuánto tiempo podrá seguir al frente de la Iglesia.

Qué significa esto para el futuro

El regreso de Francisco al Vaticano no cierra el capítulo de su salud; lo abre a un nuevo escenario de dudas. ¿Renunciará?: Aunque él ha descartado esa idea en el pasado, la sombra de Benedicto XVI, quien dejó el papado en 2013 por razones de salud, planea sobre Roma.

Algunos obispos, como José Ángel Saiz Meneses de Sevilla, han sugerido que podría considerar esa opción si su cuerpo no resiste el ritmo. Por ahora, el Vaticano insiste en que sigue al mando, participando en retiros espirituales por videoconferencia y firmando mensajes desde el hospital, pero el reloj corre: cada día de reposo es un recordatorio de su mortalidad.

La Iglesia en vilo

Mientras Francisco descansa, la Santa Sede ajusta su marcha. Cardenales y obispos han asumido roles más visibles —el cardenal Leonardo Sandri celebró la misa de Domingo de Ramos—, y la burocracia vaticana sigue sin su presencia física. Los fieles oran: desde Roma hasta América Latina, las velas y rosarios no cesan, pero también hay un murmullo creciente sobre un posible cónclave. Si su salud no mejora, 2025 podría ser un año decisivo para el catolicismo.

Un Papa que no se rinde, pero que no puede todo

Francisco regresó al Vaticano con una sonrisa y un pulgar arriba, pero su lucha no termina. La neumonía lo doblegó, y aunque venció lo peor, su cuerpo lleva las marcas de esa batalla: oxígeno constante, voz frágil, meses de reposo por delante. Este hombre, que eligió el nombre de un santo humilde y ha predicado con gestos más que con palabras, ahora depende de la ciencia y la fe para seguir adelante.

¿Qué sigue?: Nadie lo sabe con certeza. Por ahora, el Papa está en casa, pero su lamentable situación nos recuerda que incluso los líderes más fuertes tienen límites. ¿Podrá superar este capítulo o será el comienzo de un adiós? Solo el tiempo, y su voluntad de hierro, lo dirán.