En el contexto actual de la lucha global por la democracia y el respeto a los derechos humanos, la situación en Venezuela bajo el régimen de Nicolás Maduro se erige como un claro ejemplo de autoritarismo en su máxima expresión. El fraude electoral y la represión política se han convertido en herramientas habituales para mantener un poder ilegítimo.
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Elecciones fraudulentas y represión
En las elecciones del 28 de julio de 2024, Edmundo González Urrutia emergió como el indiscutible ganador, con casi un 70% de los votos confirmados por actas. Como líder de la oposición democrática, Urrutia simboliza la esperanza para un pueblo agotado tras años de crisis humanitaria y represión. Sin embargo, el régimen de Maduro, respaldado por instituciones afines, se aferró al poder mediante un fraude descarado y una feroz persecución de sus opositores.
Tras las elecciones, la represión se intensificó. Foro Penal, una organización no gubernamental, reportó que para el 2 de septiembre de 2024, había 1,793 presos políticos en Venezuela, de los cuales 1,659 fueron detenidos después de los comicios. Muchos enfrentan cargos de terrorismo sin haber recibido un juicio justo, entre ellos menores de edad.
La complicidad internacional
Lo más alarmante no es solo la perpetuación de un régimen ilegítimo, sino el respaldo de ciertos gobiernos internacionales, incluido el de México. La presidenta Claudia Sheinbaum, al asistir y avalar la usurpación de Maduro, se alineó con un régimen que contraviene los principios democráticos que México históricamente ha defendido. Este acto de reconocimiento socavó los esfuerzos internacionales para denunciar los crímenes del régimen venezolano y promover una transición pacífica.
En lugar de utilizar su influencia diplomática para exigir elecciones libres y transparentes, México, mediante el gobierno actual de Claudia Sheinbaum (antes AMLO), optó por respaldar un régimen acusado de violaciones sistemáticas de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Este apoyo no solo traiciona al pueblo venezolano, sino que también debilita el compromiso global con la justicia y los procesos democráticos.
Reflexión sobre la defensa de la democracia
La comunidad internacional no puede permitirse la pasividad frente a regímenes autoritarios. Denunciar y rechazar la usurpación de Maduro es una cuestión de solidaridad, empatía y respeto hacia los millones de venezolanos que exigen el reconocimiento de su voluntad soberana. Los gobiernos que avalan actos de este tipo deben rendir cuentas por perpetuar el sufrimiento de los pueblos oprimidos.
La democracia y la libertad individual son pilares fundamentales que deben ser defendidos. Es crucial no solo condenar los actos criminales y atentados contra la libertad, sino también evitar la complicidad con dictaduras. Los líderes internacionales tienen la responsabilidad de alzar la voz contra la injusticia y apoyar a quienes luchan por la democracia.
El legítimo presidente de Venezuela
Edmundo González Urrutia, reconocido por el Parlamento Europeo y varios gobiernos democráticos, representa la voluntad popular de los venezolanos y su anhelo de libertad. Su elección refleja un clamor por el cambio y la democracia, que no debe ser ignorado.
México, conocido por su tradición de asilo y defensa de los derechos humanos, debe reconsiderar su posición. Reconocer a un régimen ilegítimo es una traición a los principios democráticos y a los millones de latinoamericanos que luchan diariamente por una vida más digna y libre. Es momento de rectificar el rumbo y apoyar a los que luchan por la democracia y la libertad.