Ictus, el infarto que no duele pero puede ser mortal

El ictus es una enfermedad cerebrovascular que se produce cuando se interrumpe el flujo de sangre al cerebro. Esto puede provocar daños irreversibles en las células nerviosas y afectar a funciones vitales como el habla, el movimiento o la memoria.

Tipos de ictus

Existen dos tipos principales de ictus: el isquémico y el hemorrágico. El primero se debe a la obstrucción de una arteria cerebral por un coágulo de sangre o una placa de ateroma.

El segundo se debe a la rotura de un vaso sanguíneo que causa una hemorragia en el cerebro.

Factores de riesgo

Algunos factores que aumentan el riesgo de sufrir un ictus son:

  • La hipertensión arterial.
  • La diabetes.
  • El colesterol alto.
  • El tabaquismo.
  • El alcoholismo.
  • La obesidad.
  • El sedentarismo.
  • La fibrilación auricular.
  • La edad avanzada.
  • El sexo masculino.
  • Los antecedentes familiares.

Síntomas y diagnóstico

La detección temprana de las señales de un ictus es fundamental para recibir atención médica inmediata y minimizar los daños.

  1. Debilidad repentina en el rostro, brazo o pierna, especialmente en un lado del cuerpo.
  2. Dificultad para hablar o comprender el lenguaje.
  3. Pérdida de equilibrio repentino, mareos intensos o dificultad para caminar.
  4. Visión borrosa o pérdida repentina de la visión en uno o ambos ojos.
  5. Dolor de cabeza repentino e intenso sin causa conocida.
  6. Confusión, dificultad para pensar con claridad o problemas repentinos para recordar.

Los síntomas más comunes suelen ser los siguientes, sobre todo cuando ya está manifestado de manera más claro el problema.

Los síntomas del ictus pueden variar según la zona del cerebro afectada, pero algunos de los más comunes son:

  • Pérdida de fuerza o sensibilidad en un lado del cuerpo.
  • Dificultad para hablar o entender lo que se dice.
  • Alteración de la visión en uno o ambos ojos.
  • Dolor de cabeza intenso y repentino.
  • Mareo, vértigo o pérdida de equilibrio.
  • Confusión o desorientación.

Ante la sospecha de un ictus, es fundamental actuar con rapidez y llamar al servicio de emergencias. Cuanto antes se reciba atención médica, mayores serán las posibilidades de recuperación y menor el riesgo de secuelas.

El diagnóstico del ictus se basa en la exploración clínica y en pruebas de imagen como la tomografía computarizada (TAC) o la resonancia magnética (RM) que permiten determinar el tipo, la localización y la extensión del daño cerebral.

Tratamiento y prevención

El tratamiento del ictus depende del tipo y de la gravedad del mismo. En el caso del ictus isquémico, se puede administrar un fármaco trombolítico que disuelve el coágulo y restablece el flujo sanguíneo.

En el caso del ictus hemorrágico, se puede realizar una cirugía para evacuar el hematoma y reparar el vaso roto.

Además del tratamiento específico, es importante controlar los factores de riesgo y realizar una rehabilitación neurológica que ayude a recuperar las funciones perdidas o afectadas por el ictus.

La prevención del ictus pasa por adoptar hábitos de vida saludables como:

  • Medir y controlar la presión arterial.
  • Controlar los niveles de glucosa y colesterol en sangre.
  • Dejar de fumar y limitar el consumo de alcohol.
  • Seguir una dieta equilibrada y baja en sal y grasas saturadas.
  • Practicar ejercicio físico moderado con regularidad.
  • Evitar el estrés y la ansiedad.
  • Consultar al médico ante cualquier síntoma sospechoso.

El ictus es una enfermedad grave que puede tener consecuencias fatales o dejar secuelas permanentes. Sin embargo, con una detección precoz, un tratamiento adecuado y una prevención eficaz, se puede reducir el impacto del ictus en la salud y la calidad de vida de las personas.