Según Freud, el estrés es una condición tan dolorosa que no podemos soportarlo por mucho tiempo. Por ello, el hombre desde muy temprana edad desarrolla los llamados mecanismos de defensa.
Son métodos inconscientes por los cuales cada uno de nosotros distorsiona la realidad en mayor o menor grado y normalmente cancela los sentimientos y pensamientos desagradables de la conciencia al inconsciente. De esta manera, la persona está protegida del estrés intenso.
Los mecanismos de defensa se activan automáticamente y no nos damos cuenta de su acción
Si, por ejemplo, los niños tienen miedo constante al castigo porque sus cuidadores consideran que vale la pena imponerlo, dominan algunas estrategias para escapar de estas situaciones estresantes. Pero si no remodelan estas estrategias iniciales de manera saludable en el futuro, es probable que crezcan y se conviertan en adultos que estén listos para un ataque emocional cada vez que se sientan amenazados.
Una persona con comportamiento defensivo generalmente trata de lograr uno o ambos de los siguientes objetivos:
Evitar o manejar una emoción fuerte y amenazante, generalmente estrés, pero a veces tristeza excesiva u otras experiencias emocionales desorganizadoras, y mantener su autoestima. Entonces vemos que la mayoría de las personas responden a la defensiva cuando sienten que alguien les está hablando agresivamente o insultándolos. Es una maniobra natural de autodefensa que uno aprende muy temprano en la vida, para prevenir posibles daños emocionales.
Pero existen aquellos casos en los que algunas defensas pueden resultar fatales para el curso funcional de nuestra vida. En muchos casos, estas defensas se «espesan» con el tiempo, y quienes alguna vez encontraron seguridad en ellas, ahora consideran que quienes los rodean pueden dañarlos y tienen la impresión de que están siendo puestos a prueba constantemente, por lo que responden defensivamente en cualquier momento emocional.
Crear un muro para protegerse pero a su vez para separarse de todos
A medida que continúan alimentando sus comportamientos defensivos, sus paredes se vuelven aún más grandes y quedan atrapados dentro. A medida que pasa el tiempo, corren el riesgo de quedar encerrados en una fortaleza emocional impenetrable, esperando y con la esperanza de encontrar a alguien que los saque de todo este calvario.
Cuando una defensa, pues, crea obstáculos o dificultades en ciertos aspectos positivos de la vida, cuando excluye otras formas más funcionales de afrontar la realidad, cuando no nos permite experimentar nuestra emoción, es decir, cuando no nos permite vivir la vida como nos viene cada vez con lo bueno y lo malo, entonces resulta desadaptativo y es bueno explorarlo y cambiarlo.
Para lograr el bienestar mental, debemos estar dispuestos a investigar cómo y cuándo comenzaron nuestras defensas y comprometernos a abandonar nuestra armadura emocional autodestructiva.
A partir de esta nueva conciencia, podemos crear relaciones en las que estas estrategias de defensa automatizadas ya no sean necesarias y no tengan cabida en nuestras vidas.