Este cuento budista es una reflexión sobre las verdades más simples que son a su vez, las más difíciles de aceptar, puesto que eso significa cambiar radicalmente las bases sobre las que sustentamos nuestro propio ideal de existencia.
Un cuento budista con grandes verdades difíciles de digerir
Dicen que una vez un famoso poeta chino decidió estudiar la sabiduría de Buda. Para hacerlo, viajó un largo camino para encontrar un gran maestro Zen y cuando tuvo la oportunidad, le preguntó:
- ¿Cuál es la enseñanza más importante del Buda?
- No lastimes a nadie y haz lo bueno – replicó el maestro.
- ¡Qué absurdo! exclamó el poeta. – He viajado miles de kilómetros para encontrarte porque eres considerado un maestro muy sabio, ¿y esa es la respuesta que me das? ¡Incluso un niño de tres años podría decir eso!
- Puede ser que un niño de tres años sea capaz de decirlo, pero es difícil ponerlo en práctica, incluso para un hombre viejo y sabio como yo, dijo el maestro sonriendo.
Una de las cosas más interesantes de la filosofía oriental, como el budismo y el taoísmo, es su simplicidad. Estas formas de entender y estar en el mundo no están tratando de vincularnos a una lista infinita de estándares morales, muchos de los cuales solo sirven para hacernos sentir culpables, pero nos ofrecen una manera mucho más fácil de encontrar el equilibrio mental. Sin embargo, algunas de las ideas que promueven son muy difíciles de aceptar, especialmente para las mentes occidentales. Aquí hay algunos refranes de Buda para inspirarse.
1. No eres lo que dices, eres lo que haces
Creemos que nuestras creencias y valores nos definen como personas. En cierto sentido, es así, pero esta afirmación no es del todo cierta. No somos mejores personas simplemente porque creemos en algo o hemos aceptado ciertos valores como nuestros estándares de comportamiento. Lo que nos transforma en quienes somos son nuestras acciones. Las palabras y los pensamientos sin acción siguen siendo buenas intenciones, nada más.
De hecho, el mundo está lleno de personas con buenas intenciones que en momentos decisivos no actúan de acuerdo con los valores y las creencias que están proclamando a los cuatro vientos. Esta parábola nos alienta a no caer en el error de pensar que somos mejores simplemente porque tenemos más ideales «puros» o buenas intenciones. Debemos asegurarnos de que estos valores e ideas tengan una salida práctica. Debemos asegurarnos de que haya una congruencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. No solo somos buenas personas por lo que pensamos o sentimos, sino por lo que hacemos.
2. No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan
En el taoísmo no hay diez mandamientos ni leyes complicadas que determinen qué es bueno y qué no. Solo hay una regla: no herir a los demás, abstenerse de causar daño, sufrimiento y dolor.
Debemos comportarnos con los demás de la misma manera en que nos gustaría que se comporten con nosotros. Es una regla muy simple porque antes de cualquier dilema moral deberíamos preguntarnos: ¿nos gustaría que alguien se comporte así con nosotros o con las personas que amamos?
El problema con esta regla es que implica que la responsabilidad de nuestras acciones sea totalmente nuestra y aterroriza a quienes prefieren que sea una religión, un estado o una sociedad la que decida qué es correcto o incorrecto porque de esta manera tienen una excusa para escapar de sus conciencia. Siempre es más fácil culpar a los demás en lugar de asumir la responsabilidad de los errores que cometimos.
Por supuesto, esta regla aparentemente simple también tiene otra implicación importante, ya que es imperativo que primero podamos amarnos a nosotros mismos. Si caemos en hábitos autodestructivos, terminaremos haciendo solo daño a los demás. Para aceptar y practicar esta verdad, necesitarás hacer un gran trabajo dentro de ti, algo que muchas personas no están dispuestas a hacer.
3. La madurez no es sumar, sino aprender a restar
La sociedad ha estado preocupada por crear necesidades falsas. Entonces nos mantiene ocupados y estresados mientras intentamos obtener todo lo que nos brinda la seguridad o el bienestar que deseamos. De hecho, la vida es mucho más simple, y una vez que se satisfacen nuestras necesidades básicas, no necesitamos mucho más para ser felices.
Pensamos erróneamente que la vida consiste en agregar más y más. Agregar personas incluso si no nos traen nada. Agregar otras cosas incluso si no las necesitamos. Agregar más aspiraciones incluso si no son más que espejismos. Agregar más roles sociales incluso si no podemos interpretarlos bien ni sentirnos cómodos con ellos. Creemos que agregar es sinónimo de éxito y felicidad, cuando en realidad es solo una expresión de miedo, insatisfacción y caos. Aceptar que no necesitamos agregar, sino aprender a restar, es difícil porque implica un cambio radical en la forma en que entendemos la vida. Pero el resultado es extremadamente liberador.
El maestro zen de la historia nos invita, de alguna manera, a liberarnos de esta necesidad de agregar y complicar todo para abrazar la simplicidad. Él nos enseña que a veces las grandes verdades son las más simples y que para encontrar el equilibrio a veces es necesario volver a los orígenes y eliminar de las cosas todas las capas superfluas que hemos construido a su alrededor.