Con gritos y amenazas no puedes ayudar a tus hijos

Los gritos son como lanzas, como dardos envenenados. A veces pensamos que gritando el niño reacciona y ‘aprende la lección’ pero no es así’. Reacciona porque le duele y porque tiene miedo. Reacciona porque solo lo lastiman y no quiere que lo vuelvan a lastimar, pero no aprende nada.

Los gritos y amenazas pueden causar daños irreparables

Podríamos explicar qué sucede cuando un niño obedece solo por miedo y no por respeto o empatía. Pero hay una razón aún más poderosa para decidir eliminar los gritos de tu vida: una razón química:

El cerebro aprende mejor en un entorno seguro y protegido

Y no solamente la de los niños. Numerosos estudios han demostrado que los adultos también trabajan y se desempeñan mejor en un ambiente «amigable», donde el respeto prima sobre los gritos.

Cuando gritas se activa la emoción del miedo y esta bloquea una zona de la amígdala que impide el paso de nueva información. La amígdala es responsable, entre otras cosas, de la regulación de las emociones. Las archiva y las regula. Según Justin Feinsten, científico de la Universidad de Iowa (EEUU), cuando la amígdala detecta un peligro (como un grito), activa una respuesta que nos aleja de la amenaza.

Cuando gritas, tu cerebro entra en una especie de «modo de supervivencia». La zona del sistema límbico donde se encuentra la amígdala, despliega una especie de “escudo” para protegerse de los gritos.

Gritar afecta directamente a la amígdala

La amígdala es como un «centinela de las emociones», y se encarga de activar en nosotros la vigilancia o el sentido común, o de dar la orden de «huir» en caso de peligro. Lo hace a través de neurotransmisores que activan sustancias como la dopamina, la adrenalina, los glucocorticoides…

La amígdala también es responsable de almacenar recuerdos emocionales

Los gritos generarán recuerdos negativos en la memoria. Y sí, según las conclusiones de numerosos estudios neurocientíficos, la amígdala juega un papel importante en el aprendizaje durante la infancia.

No significa que nunca puedas gritar. Puedes hacerlo, eso sí, como una vía de escape de tu estrés, de tu angustia, como una salida vital, pero no como un arma educativa. 

No enfrentes ni amenaces a los niños. Puedes abrir la ventana y gritar, puedes escalar una montaña y gritar, esto te permite liberar tus miedos, ira y estrés acumulado. Frente a tus hijos, respira hondo, cuenta hasta 10 y cambia el grito por algo más efectivo e instructivo, aprende a poner límites sanos, aprende a escuchar y aprende el valor de las palabras.